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Cultura

Sebastián Boesmi: imagen y color

A propósito de la muestra del artista, habilitada en Galería Fuga Villa Morra.

Sebastián Boesmi, "Open up, say welcome", 2022. Acrílico y témpera sobre lienzo. Cortesía

Sebastián Boesmi, "Open up, say welcome", 2022. Acrílico y témpera sobre lienzo. Cortesía

La aproximación pictórica a la imagen supone un ejercicio de inversión en el que distintas capas de mediación intensifican una distancia: una impresión visual alcanza la sensibilidad del ojo; la mirada opera una reconversión imaginaria; esta se traduce mecánicamente a través de la fuerza mediadora del cuerpo y los artefactos que auxilian en el asentamiento de pigmentos sobre otra superficie. Capa tras capa, la impresión visual se aleja del primer impulso; y, no obstante, la pintura ha sido interpretada como una búsqueda desesperada de aproximación –al impulso, a la verdad de la imagen–. Incluso cuando nos referimos a aquella imagen que no proviene del horizonte de lo concreto, sino de las comarcas emocionales o ideológicas.

La pintura es también una orquestación del color. La mirada profundiza aspectos sensibles tanto del mundo concreto y material –que se corresponde con la vida física– como de las operaciones mentales que involucran el discurso o las ideas. Articulado en clave de lenguaje, el color asume roles semánticos que, por temperatura o por contraste, devienen forma sensible intensificada. Por medio del gesto pictórico fue posible, en algún momento, alcanzar las verdades imaginadas del mundo, y su materialización sobre las superficies –en Occidente, el lienzo será el destino hegemónico de esta práctica– supuso un desafío de límites que solo la poesía es capaz de franquear.

La obra reciente de Sebastián Boesmi se conecta con momentos elementales del gesto pictórico, arrojados a un contexto en que la hegemonía de las imágenes visuales ha sido tomada por el asalto de las digitales. Como otros artistas interpelados por este desplazamiento, Boesmi participa de un linaje cuya cronología biográfica permitió experimentar dicha transición, y esto mismo le ha conferido las herramientas necesarias para ejecutar el retorno. No se trata apenas de un dejo nostálgico, sino de una práctica que tiene fundamentos profundos en los mecanismos que permiten a los humanos interpretar y aprehender la realidad. Las computadoras, los teléfonos celulares y smartphones llevan apenas pocas décadas entre nosotros, pero hace decenas de miles de años que los seres humanos hemos entrenado el pulso para sostener un pincel e inscribir sobre las superficies los deseos y los sueños.

Las pinturas que Boesmi exhibe en esta exposición se desplazan a veces de forma tensa –por los contrastes– entre tonos cálidos y fríos; lo cual subraya una sensación de movimiento, ya anunciada, a su vez, en el manejo de las formas. Pero el artista también asume las gradaciones que convocan sentidos de artificialidad –logrados acaso gracias al empleo de pintura acrílica. Estos colores no naturales permiten establecer un derrotero que contorna tonalidades presentes tanto en el mundo industrial, como en las fronteras cósmicas o digitales. Arrojadas a este paisaje cromático, las formas orgánicas parecen sucumbir ante lo inorgánico, y son devoradas por ello.

Esta sensación es recuperada en el enfoque que Boesmi aplica al trabajo de la forma, en que patrones curvilíneos no siempre aluden a la libertad de lo orgánico, sino a las formas caóticas –y bellas– resultantes de la exposición a fuerzas desintegradoras. El artista actúa desde un asombro ante las inconmensurables potencias cósmicas, frente las cuales la fragilidad de todo cuerpo orgánico sería incapaz de preservar su estabilidad. Boesmi se refiere a una de las formas que asumirían las materias ante estas fuerzas físicas: en su pieza Spaguetificación IV: Desde aquí puedes ver las estrellas [1], las líneas son trabajadas desde el trazo delgado y curvilíneo, remitiendo no sólo a la forma de spaghetti, sino al trazo escritural o del dibujo –abordado con frecuencia por el artista desde una iconografía propia, emparentada con la ilustración y la estética del arte urbano.

Sebastián Boesmi,"Spaguettification IV (Desde aquí puedes ver las estrellas)". Acrílico sobre lienzo. 2020. Cortesía

Sebastián Boesmi, Spaghettification IV (Desde aquí puedes ver las estrellas), 2020. Acrílico sobre lienzo. Cortesía

El modo en que Boesmi elabora sus composiciones también refuerza los movimientos de oposición e integración que afloran en la reunión de lo orgánico y lo digital: volúmenes mayores son interferidos por porciones menores que en ocasiones reproducen el mismo motivo, invocando un sentido de fragmentación y que acaso se corresponde con el lenguaje digital en que la información visual procede de bits. El todo está hecho de partes pequeñas.

Sebastián Boesmi. Cortesía

Sebastián Boesmi. Cortesía

Estos bits son aludidos por medio de la representación pictórica del pixel, recurrente en algunas piezas del artista, en que se enfoca nuevamente en la colisión entre las formas de tendencia orgánica y los patrones geometrizantes –que claramente remiten al pixel–, como se observa en Compressed portrait o en la enigmática Liquid Glitch.

Sebastián Boesmi, "Compressed portrait". Acrílico sobre lienzo. 2022. Cortesía

Sebastián Boesmi, Compressed Portrait, 2022. Acrílico sobre lienzo. Cortesía

En esta serie, Boesmi no abandona formas festivas que ha desarrollado en su iconografía: se trata de animales esquematizados o híbridos, abordados, como se ha mencionado, con enfoque de ilustración, en cuya línea destaca especialmente la pieza Open up, say Welcome. En tanto su ironía y humor oscuro son convocados por la forma antropomorfa y futurista de Gafas VR y collar de perlas, una anticipación exagerada de las apariencias que podrían ser asumidas ante una eventual intensificación de la hegemonía de lo digital como mediadora de la experiencia humana.

Sebastián Boesmi, "The warm zone ( U.E)". Acrílico sobre lienzo. Cortesía

Sebastián Boesmi, The warm zone (UE). Acrílico sobre lienzo. Cortesía

Una de las piezas más enigmáticas de la serie es Demiurgo: You have to believe it. Condensa los sentidos de absorción relacionados, precisamente, con la experiencia de la mirada expuesta ante una heterogeneidad de medios, pero fundamentalmente una actitud de apertura: la posibilidad de transformar y ser transformado por el contexto. El Demiurgo de Boesmi atraviesa acaso los portales cromáticos que el artista desarrolla, y que se refieren al ámbito liminal de la configuración visual tanto pictórica como digital: esos portales condensan quizás un sentido de intermedialidad: el paso por la aduana de las imágenes, independientemente de la tecnología de representación que se emplee. O, incluso, se trata de la frontera de la traducción, de todas las traducciones: cuando una realidad asume una forma sensible y luego es capaz de pasar a otra.

Y, precisamente porque el color es también luz, porque se trata del modo en que las materias son capaces de absorber y devolver a la mirada espectros de luz, Boesmi busca manipularla. Sus esculturas y objetos de neón le permiten efectuar la proeza imaginada de pintar ya no con tinta sino con la propia luz, con el propio efecto intensificado de la manipulación matérica implicada en el acto pictórico.

Sebastián Boesmi. Cortesía

Sebastián Boesmi. Cortesía

En su pintura S.T., el pixel es el motivo principal. Representado sin pretensiones perfeccionistas, el pixel es sometido al dominio del pulso inexacto que traslada la imagen resultante de la ingeniería digital al campo inestable de la pintura [2]. Se trata de una operación de justicia poética que no radica en punir la imagen digital, sino en abrazarla por medio del trazo pictórico, exponerla a un horizonte cuyo denominador común es la sensibilidad visual humana.

Finalmente, Boesmi flirtea con el abandono del lenguaje, a partir de una tendencia abstraccionista que se vuelve antítesis y argumento principal de su alocución pictórica. En Nada que demostrar, la pintura se distancia de la figuración, incluso de los elementos geometrizantes que representan el universo digital que le interpela, o las esquematizaciones de motivos orgánicos, para dejar que la pintura hable desde la elocuencia del color. Este lugar, el del imaginado, el de la pura intensidad que arde ante los ojos analógicos y digitales, es el de la verdad última de una preocupación del artista que radica en el color. Desde allí los antiguos que empezaron a desarrollar el lenguaje de las palabras, aprendieron a reconocer el lenguaje de las cosas. Hoy, el color de las frutas maduras y el de los animales venenosos tienen cosas que decir sobre la expansión de la frontera espacial a las dimensiones digitales que brillan en la palma de las manos.

 

Notas

[1] El artista se refiere a la spaghettificación, un concepto astrofísico que describe el estiramiento de objetos en campos gravitatorios no homogéneos y muy fuertes. Curiosamente, las imágenes espaciales que recibimos a través de los telescopios también son reproducidas en miles de pixeles.

[2] Las tramas que el artista conforma también evocan piezas textiles americanas.

 

Nota de edición: La exposición a la que este texto alude se titula Los colores de la imaginación, y está habilitada en Galería Fuga Villa Morra (Alfredo Seiferheld 5144 y Charles De Gaulle, Asunción).

 

* Damián Cabrera es escritor, investigador, docente, gestor cultural y curador. Su trabajo se desarrolla en las áreas de lengua, literatura, fronteras, arte, política y cultura. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Capítulo Paraguay, y de los colectivos Ediciones de la Ura y Red de Conceptualismos del Sur.

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