Conectáte con nosotros

Deportes

La vida tómbola

Diego Maradona, falleció el miércoles 25, y se metió en la leyenda. Foto: Twitter

Diego Maradona, falleció el miércoles 25, y se metió en la leyenda. Foto: Twitter

De todo lo que leí esta semana sobre Diego Maradona, rescato lo que escribió el periodista Adrián Paenza, en el diario porteño Página/12: “¿Cuántas personas en el mundo son capaces de tocar a tantos otros y transformarlos? ¿Cuántas podrán decir que cruzaron transversalmente la vida de tanta gente? Son pocos, muy pocos. Diego fue sin duda uno de ellos”.

Paenza, amigo del Diez -y vale decirlo para situar el lugar de donde habla-, hace las preguntas más precisas en este momento sobre Diego Maradona, fallecido el miércoles 25 de noviembre, la misma fecha en que se fue el amigo más impensado que habrá tenido en la vida, Fidel Castro. Si el legendario comandante cubano viviera, seguramente habría convocado a millones a la Plaza de la Revolución para honrar a su amigo. Fidel, también tuvo su despedida multitudinaria y la congoja del mundo; el mismo desgarro, la misma marea humana enamorada buscando la redención en la calle, con muros, velas, cánticos, banderas; el mismo mar de dolor convertido en una fiesta; el último adiós a un ídolo popular, controvertido, contradictorio, frontal, polémico; “el más humano de los dioses”, como lo definió el escritor uruguayo Eduardo Galeano, en un texto que también anduvo dando vueltas en estos días tristes.

“Maradona se convirtió en una suerte de Dios sucio, el más humano de los dioses. Eso quizás explica la veneración universal que él conquistó, más que ningún otro jugador. Un Dios sucio que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón”, escribió el autor de Las venas abiertas de América Latina.

Diego Maradona y Fidel Castro, en alguno de sus viajes a La Habana. Foto: Twitter

Y sí, Maradona tampoco lo negó nunca. Pero “la pelota no se mancha”, aclaró en La Bombonera, en Buenos Aires, en 2001, cuando anunció al mundo que colgaba los botines para siempre, y animó un partido memorable que reunió a las principales estrellas del fútbol mundial de entonces. “Me equivoque”, reconoció, como un humano más, pidiendo perdón como un chico que aprendió la lección. Imposible también separar al hombre del futbolista; “uno solo es lo que es si anda siempre con lo puesto”, canta el catalán Joan Manuel Serrat, en una poesía que bien puede ajustarse perfectamente a la hora y a la discusión, que además promete ser infinita.

“Hay algo perverso en una vida que te cumple todos los sueños, y Diego sufrió como nadie la generosidad de su destino. Fue el fatal recorrido desde su condición de humano al de mito, el que lo dividió en dos: por un lado, Diego; por el otro, Maradona. Fernando Signorini, su preparador físico, tipo sensible e inteligente y, posiblemente, el hombre que mejor le conoció, solía decir: “Con Diego iría al fin del mundo, pero con Maradona ni a la esquina”. Diego era un producto más del humilde barrio en el que nació. A Maradona lo sobrepasó una fama temprana. Esa glorificación provocó una cadena de consecuencias, la peor de las cuales fue la inevitable tentación de escalar todos los días hasta la altura de su leyenda. En una personalidad adictiva como la suya, aquello fue mortal de necesidad”, escribió el exfutbolista Jorge Valdano, en una emotiva despedida publicada en el diario La Nación, de Buenos Aires, donde pinta al hombre y el mito.

“Si el fútbol es universal, Maradona también lo es, porque Maradona y fútbol ya son sinónimos. Pero a la vez era inequívocamente argentino, lo que explica el poder sentimental que siempre ha tenido en nuestro país y que lo hizo impune. Un hombre que, por su condición de genio, dejó de tener límites desde la adolescencia y que, por su origen, creció con orgullo de clase. Por esa razón, y también por su fuerza representativa, con Maradona los pobres le ganaron a los ricos, de manera que las adhesiones incondicionales que tenía allá abajo fueron proporcionales a la desconfianza que le tenían los de arriba. Los ricos odian perder. Pero hasta sus peores enemigos tuvieron que sacarse el sombrero ante su descomunal talento futbolístico. No había más remedio”, afirmó Valdano.

He leído de todo sobre Maradona en estos días. Críticas certeras, y también arteras contra el hombre, para la negación del mito.  “Misógino”, “machista”, “golpeador de mujeres”, “no reconoció a su hijo”, “homofóbico”; incluso se revivió la escena en que un Maradona sacado en su palco en Boca, grita: “putosss” a los rivales de su equipo, un insulto común en la cancha como en la vida. Pero también he visto al amor pasar en caravana, explotar en un aluvión interminable de mensajes en todos los idiomas, una Torre de Babel elevándose en la nube; he visto las miles de fotos alrededor del mundo, hasta en países como la India, donde el fútbol no es noticia de primera plana; leí sobre el hartazgo por el monotema en las redes; y con razón, a todos nos asiste el derecho de leer o ver las cosas que queremos. Pero entonces me pregunto: ¿Qué es lo que no se le perdona a Maradona? La respuesta la escribió Valdano, su “orgullo de clase”. Me la dibujó más claramente un amigo esa misma tarde: “No le perdonan ser ese negro de mierda que no se calla nunca”; y la idea me llevó a otra escena famosa, a cuando el Rey Juan Carlos de Borbón le espetó a Hugo Chávez: “Por qué no te callas”, en noviembre de 2007, en la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, en Santiago de Chile. La respuesta del comandante bolivariano es igual de famosa. Y hoy, el emérito monarca es una sombra de la arrogancia aquella, refugiado en los Emiratos Árabes, viviendo como un sultán, en un exilio dorado pagado con una fortuna que está siendo investigada por la Justicia española. Una joyita de la Corona.

Esta foto que está en las redes sociales es quizás el mejor testimonio de la devoción popular por Maradona. Foto: Twitter

“Si yo fuera Maradona, viviría como él”, canta el músico francés Manu Chao en la canción que le da título a esta nota. Y claro, ¿quién no? ¿Quién no se agarraría a trompadas en el mismo bar de Helsinki, o en algún otro, defendiendo el honor de su hija? Cualquiera de su legión de seguidores, seguramente, acostumbrados a trompearse todos los días con la vida; cartoneando, como dice aquel hombre que suspendió su desesperada rutina diaria por plásticos y latitas, y ahora está en todas las pantallas con su miseria a cuestas, y como uno más en la despedida de su ídolo, en una Plaza de Mayo porteña que otra vez es testigo de la historia; como los miles de chicos que nunca lo vieron jugar más que en YouTube, o en el relato de sus padres; que no palpitaron en vivo la mítica gambeta que puso a Peter Shilton en el suelo, y a toda Inglaterra de rodillas, en el Campeonato Mundial de México, en 1986, cuando nació el “barrilete cósmico” venido de otro planeta, y que ahora están ahí, munidos de recuerdos, en la fila de las ofrendas. Como aquel chico que soltó, sin atajos, inapelable: “Diego es el pueblo”.

Yo lo conocí a Maradona una vez. Fue en un pueblo de Corrientes, en los 90s. Nos estrechamos la mano. No me trató bien, le quiso pegar al “Perro” Aguirre, el fotógrafo del diario que estaba conmigo. Y no por eso dejé de dimensionarlo, ni restarle poder en el imaginario que nos contiene a todos. Me siento tan desolado como quienes en todo el mundo le ofrendaron sus corazones de todas las formas imaginables, y no. Y oh, casualmente, fueron obreros, trabajadores, muchedumbres, algunas de pueblos devastados por guerras que no eligieron, como Siria y la foto que está dando la vuelta al planeta, y que tampoco es casualidad. No sé casi nada de fútbol, solo sé que la “Mano de Dios” nos vengó a todos.

Click para comentar

Dejá tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Los más leídos

error: Content is protected !!