Cultura
Takumbú

© Fernando Allen
Taku, caliente. Mbu, explosión.
Tengo ante mí medio centenar de Takumbú kysé. Armas clandestinas. Requisadas, decomisadas. Exhiben las huellas de crímenes cometidos o el presagio de otros. Cuchillos. No los puedo tocar. Su sola representación me basta. Recorro una y otra vez cada imagen, cada historia. Son objetos improvisados, urgentes, precarios, que no conocen de ergonomía en el mango ni metal noble en la hoja, cuando es hoja. Son materia promiscua, como el sitio donde han sido fabricados.
Cincuenta cuchillos aparecen desplegados, uno a uno, en el fotolibro que Fernando Allen dedica a la instalación de Osvaldo Salerno titulada Takumbú. Una edición austera, refinada, que parte de una operación artística para exponer, con crudeza (y belleza) la violencia, no solo la que reina en el penal sino también esa otra, la que se extiende fuera de él, artera y silenciosa como una puñalada.

© Fernando Allen
Como suele suceder, en un principio fue el Azar. A fines de 2012, en busca de algún elemento que pudiera integrar al relato museográfico que estaba desarrollando para el museo del Poder Judicial, Salerno fue a la bóveda del Palacio de Justicia. Entre la parafernalia de elementos incautados en diferentes procedimientos había una bolsa de plastillera atravesada por puntas de metal, resultado de una requisa de armas en la cárcel mayor del Paraguay.

© Fernando Allen
La operación de Salerno comenzó con los trámites burocráticos a fin de obtener autorización para disponer de los cuchillos, dice Roberto Amigo. El libro de Fernando Allen, editor y fotógrafo, reconstruye el camino que transitaron esos kysé desde aquel abigarrado depósito judicial hasta la sala de exposiciones del Centro Cultural Citibank, donde fueron exhibidos años después. Este trayecto se evidencia en los documentos oficiales reproducidos en el libro, así como en los textos de Amigo –curador de la muestra– y Ticio Escobar.
Una nueva lectura de la instalación se desprende del trabajo de Allen, quien fotografió los cuchillos uno a uno, emulando el procedimiento policial del prontuario. Siempre sobre el mismo fondo: un mármol gris. Una lápida. Son retratos de cuerpo entero que remiten a otros cuerpos, aquellos penetrados en una proximidad de instantes, la suficiente para sentir la sangre de la víctima corriendo por la propia mano.
El cuchillo es un objeto de poder, imbuido de carga mítica. Un cuchillo levantó Abraham contra su hijo Isaac para cumplir un mandamiento divino. Con cuchillo se extraía el corazón del enemigo para ofrendarlo a los dioses. En prisión el cuchillo es sinónimo de supervivencia.

© Fernando Allen
La clandestinidad, que exige la sombra, acentúa el carácter íntimo del cuchillo, que se oculta junto al cuerpo, entre los pliegues de la ropa. De hoja corta, no responde a la destreza heroica de la espada sino a la visceralidad del instinto. Se dirige, con naturalidad y por lo bajo, al abdomen, acaso la parte más vulnerable. La más blanda, la más dócil.
En rigor, este kysé de Takumbú no se puede llamar arma blanca. Es un artefacto casero, contaminado, cuyo metal sucio y oxidado incrementa su peligrosidad. Hiere con restos de varillas y rejas viejas. El mango es de “trapo, cuero o bolsas de plástico procesadas con agua caliente”, dice Escobar. Está muy lejos del tradicional kysé yvapará que en el campo paraguayo los padres solían regalar a sus hijos varones como bienvenida a la adultez, según cuenta Walter Fernando Díaz Ayala en la publicación.

© Fernando Allen
Tapa muda en cartón crudo. Costura roja al descubierto. Materialidad de tono grave, opaco. La sucesión de cuchillos instala una narrativa trágica. Cada tanto, rítmicamente, una línea de texto atraviesa las páginas. Es la información escueta de un asesinato, una puntada regular, vertical como un cuchillo. El recurso –que remite a las notas de prensa– se repite muchas veces, como los crímenes. Sinuosas vías que encuentra el arte para lidiar con tanta realidad.
Takumbú no solo es el nombre del penal. Takumbú fue un cerro. Sus entrañas de piedra basáltica sirvieron para pavimentar las calles de Asunción. En la cantera trabajaron presos comunes y presos políticos. Hubo explosión permanente, hasta el acabamiento.

Osvaldo Salerno, Takumbú, 2016 © Fernando Allen
Nota de edición: Fernando Allen (2018). Takumbú. Sobre la obra de Osvaldo Salerno. Asunción: Fotosíntesis–CAV/Museo del Barro.
* Crítica de arte, editora, curadora independiente.
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Myriam Gianni
21 de febrero de 2021 at 09:27
Muchas gracias por tan clara ilustración de lo mucho que guardan estos kyse, felicitaciones Para todos los que de u a u otra forma dieron su aporte para esta muestra, una vez más Osvaldo impecable!